martes, 21 de junio de 2011

Acerca de estudiantes, lucro y modelos náuticos

Hace unos días una periodista me preguntaba si Humala mantendría “la economía social de mercado” o seguiría “un modelo Chavista”. La joven profesional no podía concebir nada intermedio: el mundo es blanco o negro, lo que es normal si se piensa que la ideología del mercado es la única prédica religiosa verdaderamente masiva que existe en el país. La recordé cuando leí que Patricio Navia, refiriéndose al influjo de las protestas estudiantiles, advertía a los creyentes que la Concertación podía “ceder a la tentación de abandonar el barco del modelo social de mercado y subirse a esta nueva ola con dirección y futuro incierto”.

Esta insinuación náutica es profundamente reaccionaria. Lo que Navia sugiere es que  si la Concertación escucha lo que dicen los estudiantes acerca del lucro, si exige una legislación más estricta que efectivamente lo excluya de la educación y desarrolle un mejor apoyo a la educación pública, se arriesga a navegar en la incontinencia política y caer, diría un clásico, en las garras de Caribdis y Escila, que es, en términos griegos lo  más parecido al chavismo y a todo aquello de horrible que no es “la economía de mercado”.

Todo esto es bastante absurdo. Es demasiado sabido que ni el apoyo a la educación pública sin lucro incorporado, o a la planificación para proteger el medio ambiente son ajenas a muchas sociedades que mantienen una economía liberal. Y que son pocos en el mundo de hoy (aunque con una concentración en Chile superior al promedio mundial) los que conciben el modelo como uno, único e indivisible, sobre todo cuando vivimos en un mundo liberal que agradece obsequioso aquel “modelo” gracias al cual vive:  el capitalismo de estado con dictadura del Partido.

La relación de la política y la economía no es una entre “externalidades” y “ciencia”. El profundo desprestigio de la política entre los jóvenes y el rechazo al lucro en la educación, responden finalmente a una misma pulsión: la degradación de lo que antes denominábamos “lo público”. Esto es,  la desaparición de aquella simple obligación del Estado de proveer cierto tipo de bienes y servicios, simplemente porque son de interés público.

Una parte de este país entiende que el ¨bien común” se consigue solo a condición que alguien se haga rico. Nada puede ser público –en el sentido de ser garantizado por el Estado, sin que alguien –un banco, una corporación, en definitiva un intermediario, lucre en la operación. Eso es lo que rechazan los estudiantes y es claro que debiera escucharlo la Concertación, y ojalá todo político con sentido republicano.

Si no lo hacen, y seguimos cultivando un Estado sin vísceras, nadie puede extrañarse que los jóvenes se pregunten ¿cuál es la razón para respetar o seguir como líderes a los que lo administran? ¿No hay acaso una razonable sospecha que quienes hablan a nombre de ese Estado en verdad representan a quienes lo intermedian?

No es por lo tanto un rechazo a todo lucro, a cualquier tipo de lucro, sino a aquel que se instala en una intermediación del Estado que sirve para separar al individuo del poder político y reducir la sociedad, -como bien nos lo recuerda Tony Judt, en su magnífico libro “Algo va Mal”,- a una fina membrana de interacciones entre individuos privados, sin propósito social.

Es contra esto, creo yo, que protestan los estudiantes. Y los debieran escuchar todos quienes deseen hacer progresar esta sociedad.

martes, 14 de junio de 2011

Una Política Responsable

Pienso que en la situación en la que está el país conviene recordar dos cosas. El estallido del malestar ante la injusticia puede ser admirable, pero la contemplación embobada de la molestia social es tan torpe como el intento permanente de  subvalorarla.  La  más justa de las indignaciones sociales puede llevar a las peores aberraciones políticas. Los alemanes injustamente golpeados por la gran depresión, llevaron en 1930 al partido nazi a aumentar su votación de ochocientos mil a seis millones de votos!

Por eso la movilización social demanda más liderazgo político y no menos. Repetir simplemente las consignas de la calle o dedicarse a elaborarlas en sesudos artículos, puede llevar a olvidar que no es el malestar en si mismo lo que verdaderamente importa, sino el grado de descrédito de las instituciones al que este malestar fatalmente conduce. Esa debería ser la preocupación principal. Pero la mejor defensa de las instituciones es saber cambiarlas a tiempo.

Creamos instituciones precisamente para canalizar las demandas, aspiraciones, protestas e incluso las iras de la ciudadanía. Si permitimos que la relación entre malestar e instituciones transcurra intocado, lo que estamos poniendo al frente de la gente no son canales, sino barreras, y como se sabe, mas temprano que tarde hay alguien que las levanta para establecer otras, frecuentemente más altas que las anteriores.

Solo un gobierno sin conducción, como es este, permite que el Presidente vuelva a Chile de vacaciones señalando que “la política anda mal”, para que después de recibir a la oposición, su vocera señale de manera pretenciosa que “el gobierno privilegia la agenda social, mientras la oposición privilegia la política”. ¿Cómo es posible tanta tontera? ¿No es acaso para arreglar lo que anda mal que el Presidente pide ayuda a la Concertación? ¿No es acaso porque todo el país ve que el Rey anda desnudo?

La única reforma política que acepta la derecha, la del voto voluntario, es una falsa reforma democrática: el voto es una obligación ciudadana y debería haber permanecido como tal. La verdadera reforma política es en cambio poner fin al sistema binominal, permitiendo la expresión de los movimientos sociales en las instituciones y el surgimiento de un sistema parlamentario que no aparezca ante el país como la designación de una cohorte de privilegiados. Y esta reforma es hoy absolutamente urgente.

Por esa razón no es este el momento de concurrir a crear acuerdos con el gobierno con el simple objetivo de disminuir la tensión. La Concertación y la oposición en general deben acordar una agenda que conduzca al gobierno a aceptar un cambio del sistema político.

Esta es la única política responsable. 

domingo, 5 de junio de 2011

Diplomáticos

Hace tres semanas vi a Richard Holbrooke contemplando  la vida desde la ventana del Café de Flore en Paris y me pareció tan absorto que no le interrumpí para saludarlo. Una semana mas tarde fue enterrado con honores en Washington DC. Se lo llevo un infarto en medio de una reunión con Hillary Clinton y la reacción de pesar, en la que modestamente me incluyo, fue bastante universal. Solo  los talibanes milenaristas manifestaron que la muerte golpeaba de una u otra manera a todos los que se metían con Afganistán, algo en lo que si de imperios se trata, podrían no estar tan equivocados.