domingo, 21 de agosto de 2011

Un programa de desarrollo para Chile

Esta es mi primera columna en “El Diario Austral”. En esta y en las que seguirán, quisiera plantearle al lector valdiviano una reflexión seria sobre el país y la región de los Ríos. Deseo escribir con firmeza, pero con respeto hacia todos; sin evitar la polémica, pero descartando los ataques personales y las descalificaciones que tanto mal le hacen a la política de nuestro país. Intentaré persuadir que la mejor política es la que rechaza los prejuicios hacia las personas, escucha a todos y decide no sobre la base del que habla con mas fuerza, sino del bienestar de los más, sobre todo de los trabajadores y los sectores medios, que con su esfuerzo han logrado llevar a sus hijos a peldaños más altos de los que ellos pudieron subir.

Nadie duda hoy que vivimos en una sociedad profundamente injusta. Chile es más rico, tiene más infraestructura y es más moderno que antes, sus instituciones democráticas pueden modificarse sin temor a retrocesos autoritarios, pero el país sigue  dividido entre ricos y pobres de una manera escandalosa. El actual gobierno intentó convencer a los chilenos que bastaba administrar mejor y crecer económicamente a tasas mas altas y el asunto estaría resuelto. Los chilenos no le han creído. No solo porque el gobierno no ha mejorado la eficiencia del Estado,  más bien al contrario, sino porque el problema no estaba en la gestión, sino en el modelo. Y en los últimos meses, los estudiantes nos han mostrado que la cuestión no es ser más eficientes en administrar la injusticia, sino cambiar la manera como miramos el país y su desarrollo.

Los chilenos hemos definitivamente dejado de creer en aquella ficción ideológica que dice que en Chile, es “el mercado” el que elige a los ganadores. La mayoría quiere hoy que el Estado desarrolle políticas para construir ganadores y lograr que en ese camino se beneficien todos los chilenos.

Por eso ha llegado el momento de decir las cosas con claridad: Chile necesita de un programa nacional de desarrollo y de un pacto social y político que permita sostenerlo en el largo plazo. Entiéndase bien: no de un ejercicio tecnocrático para mejorar cifras, sino de un acuerdo político que abra el camino a una nueva Constitución Política del Estado y a un plan de desarrollo productivo; a una reforma tributaria y a un impulso público a favor de la regionalización; a un plan nacional de energía y de medio ambiente y una modificación de nuestro sistema político que parta por eliminar el sistema binominal y establecer uno proporcional.

En este marco, desde las regiones debemos impulsar un pacto de cohesión territorial que enfrente de una vez por todas la enorme desigualdad de la que vive y lucra el centralismo. Abordar la desigualdad general en el país significa remediar la desigualdad territorial. Pero también al revés: preocuparse del desarrollo de la región significa tener una visión del país en el cual esta región se desarrolla. En la historia, los regionalismos con visión de país son los que han logrado reducir y sofocar el centralismo. Los que no la tienen se quedan en la protesta.

Que nadie piense que estas son formulas políticas vacías. La importancia de construir pactos sociales para avanzar en la nueva ecuación entre Estado, sociedad y mercado constituye hoy probablemente la primera obligación de la política. Debemos disponer de una visión estratégica de mediano y largo plazo, un plan de acción para alcanzar metas y objetivos y una alianza social que le de base a la institucionalidad para la definición e implementación de las estrategias, los programas y políticas.

Pienso en países como Australia, España, Finlandia, Irlanda, o Nueva Zelandia que han constituido programas estratégicos similares y han gozado de crecimiento con igualdad, y la verdad es que me pregunto como es posible que en Chile no lo hayamos hecho antes.


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